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Friday, November 24, 2006

Los hijos del desempleo



El hecho de que la prensa, recogiendo datos oficiales, hable de que la tasa de ocupación subió, no quiere decir que la economía haya generado un número suficiente de puestos de trabajo en los últimos años. Por el contrario, este índice, en relación con el aumento de la población, ha ido decreciendo paulatinamente. En las estadísticas disminuye el desempleo porque se considera "trabajador independiente" a todo aquel que genera sus propias (pero paupérrimas) entradas, como es el caso del comerciante callejero.

Miles de colombianos que no logran obtener ocupación, o para los cuales el salario mínimo equivale a una condena al hambre, encuentran asidero temporal o permanente en las ventas ambulantes, una labor riesgosa, inestable y esclavizante. En la Oficina de Registro y Control están catalogados 62 tipos de ventas ambulantes. Las más comunes son las de dulces y cigarrillos, frutas, alimentos cocidos, loterías, cosméticos, periódicos, libros, discos, etc.

Pero como este oficio es un reflejo de la crisis de la sociedad y de la miseria del pueblo, adquiere a menudo las características de un espectáculo irritante: La señora que parada todo el día en una esquina, le hace propaganda a sus atrapamoscas, el hombre que ofrece cordones de zapatos; los desesperados que ofrecen su sangre alrededor de los hospitales y laboratorios clandestinos, y las miles de mujeres que crian a sus hijos en cajas de cartón que ponen al lado de sus puestos, sintetizan todos ellos la imagen de la Colombia hostigada y ultrajada.

Trabajo arduo y mal retribuido

La vida del vendedor ambulante es una batalla sin tregua. La mayoría debe trajinar por la calle incluso el domingo para conseguir con qué comer el lunes. Soportan horarios que por lo general sobrepasan las 10 horas, sometidos a las inclemencias del tiempo, lo único que poseen para protegerse y cuidar sus tenderetes son plásticos viejos, porque cuando llueve les toca prolongar la jornada para completar el diario y a veces les coge la medianoche.

El comerciante callejero desempeña un importante papel como canal de distribución, aún de las grandes empresas. Un alto porcentaje de los chicles, dulces y chocolatinas se vende a través de ellos. El sistema de intermediarios, los cuales imponen los precios y las condiciones, no permite al vendedor un mayor margen de utilidades: por cada caja de chicles se gana desde 30 pesos y por una cajetilla de cigarrillos Marlboro, por ejemplo, cien pesos.

La utilidad mensual promedio de un expendedor estacionario, ubicado en un buen sitio, bordea los 10 mil pesos. Los relegados a lugares de poco tráfico peatonal a veces no alcanzan a igualar el salario mínimo, más del 80% de ellos preferiría trabajar en una fábrica.

Incontables desacuerdos
Haciéndose eco de requerimientos, han buscado entorpecer y obstaculizar el trabajo de los vendedores. En primer lugar, se exige la llamada licencia de funcionamiento para ejercer la actividad, cuando en la práctica no hay un organismo que la expida; en segundo lugar, se vetan las zonas comerciales y los separadores de las avenidas, es decir, los puntos de mayor afluencia de transeúntes, y en tercer lugar, se establecen otros requisitos como acreditar la propiedad de los activos relacionados con el negocio y pintar las casetas con colores distintivos para cada sitio.

A los dueños de los kioscos se les prohíbe permanecer en ellos durante la noche con el objeto de cuidarlos. Por razones de "estética", se sanciona el que los plásticos de protección estén sucios o rotos. A los que tienen casetas de un metro y medio de frente se les ordena que sean de 80 centímetros y a los que las tienen de 80 centímetros que sean de 1.50. Todo está encaminado a desesperar al vendedor y ubicarlo en un laberinto donde cualquier cosa es ilegal y nada parece tener solución.